
Hay momentos en que pareciera no suceder nada. Todo se mueve tan lentamente. Que los cambios fueran como lluvias torrenciales. Que las revoluciones fueran tsunamis y no pequeñas grietas en la pared.
El título que obtenemos al vivir es la paciencia. Una paciencia vigilante. Una paciencia que no se apaga fácil. Poco a poco las fuerzas se van concentrando. Con desear una casa no se construye una casa. Si la esperanza deviene en voluntad, el tiempo nos enseña nuestra propia fuerza; la vida misma nos enseña cómo vivir.
¿Cuánto tarda una crisálida para transformarse en mariposa? ¿Acaso puede adelantar su tiempo necesario? El odio no adelanta la justicia. La histeria no transforma las ideas. Es en el sentido común donde concluyen las verdades únicas. Es en el debate y no en la censura donde comienza el pensamiento.
Volver atrás para comparar la historia de cada una de las piezas de este presente. Nuestro horizonte de posibilidades depende, hoy por hoy, de la justicia con que evaluemos todos los errores.
Se avizora el final de un inicio. Pasaremos de lo emocional a lo práctico. Queda la persistencia con que indaguemos en una realidad múltiple. Queda atravesar el pasillo de los fanatismos. Queda devolver el sentido a las palabras más sagradas.