Nos deja el destino una voz alta que no dice nada. Una actitud de ruido, masa, soledad y miedo diluido. Un brillo de huellas donde hubo luces, una calle donde se perdieron libros y se desnudaron paredes. Nos deja ese rostro presente en todos los cristales, ese reflejo en el bosque de los deseos, ese dolor despierto, ese largo prisma de silencio.
